Título Original: Selfless Consciousness Without Faith
Publicado en: Newsweek Washington Post, Enero 8 de 2007
Traducción: Escépticos Colombia
Recientemente pasé una tarde en la rivera noroccidental del mar de Galilea, en la cima de la montaña donde se cree que Jesús predicó su sermón más famoso. Era un día infernalmente caluroso y el santuario estaba atestado de peregrinos cristianos de muchos continentes; algunos estaban reunidos silenciosamente en la sombra, mientras otros, asombrados, tomaban fotografías bajo el sol del medio día.
Cuando estaba sentado mirando las colinas circundantes que delicadamente se unen al mar interior, un sentimiento de paz me invadió. Pronto se convirtió en una quietud sublime que silenció mis pensamientos. En un momento, la idea de ser un ente diferenciado - un yo o un mi – se desvaneció. Todo era como había sido – el cielo despejado, los peregrinos tomando sus botellas de agua – pero ya no me sentía como si estuviera separado de la escena, mirando detenidamente el mundo desde detrás de mis ojos. Solo el mundo permanecía.
Si fuera hindú, podría hablar de “Brahma”, el Ser eterno, del que se cree todas las mentes individuales son simples modificaciones. Pero no soy hindú. Si fuera budista, podría hablar de la “dharmakaya de la vacuidad” en la que se manifiestan las cosas aparentes. Pero no soy budista.
Como alguien que simplemente hace su mejor esfuerzo por ser racional, me tomo tiempo para extraer conclusiones metafísicas de este tipo de experiencias. La verdad es que yo experimento lo que llamo “a-yoidad de la conciencia” a menudo, dónde quiera que medite: un monasterio budista, un templo hindú o cuando visito al odontólogo. El hecho de que también haya tenido esta experiencia en un lugar sagrado del cristianismo no le aporta un ápice de credibilidad a la doctrina de la cristiandad.
No hay duda de que las personas tienen experiencias “espirituales” (uso palabras como “espiritual” o “místico” entre comillas, porque nos llegan arrastrando una larga cola de escombros metafísicos). Todas las culturas han tenido personas que han vivido en cavernas por meses o años para descubrir que ciertos usos deliberados de concentración –introspección, meditación, oración – pueden transformar radicalmente, la percepción cotidiana del mundo de una persona. Creo que los esfuerzos contemplativos de este tipo tienen muchas cosas qué decirnos acerca de la naturaleza de la mente.
De hecho, hay muchos puntos de convergencia entre las ciencias modernas de la mente – psicología, neurociencia, ciencia cognitiva, etc. - y algunas de nuestras tradiciones contemplativas. Ambas líneas de investigación por ejemplo, nos dan buenas razones para creer que el sentido convencional del yo es un tipo de ilusión cognitiva. Mientras muchos de nosotros vamos por la vida sintiendo que somos el pensador de nuestros pensamientos y el experimentador de nuestras experiencias, desde la perspectiva de la ciencia, sabemos que esta es una visión falsa. No hay un ego o un yo discreto acechando como un minotauro en el laberinto del cerebro. No hay una región del córtex o alguna corriente del procesamiento neuronal que ocupe una posición privilegiada respecto a nuestra propia personalidad. No hay un “centro de la gravedad narrativa” inmutable. (Usando la frase exquisita de mi compañero panelista de “OnFaith” Daniel Dennett).
Sin embargo, en términos subjetivos, parece ser uno – para la mayoría de nosotros, casi todo el tiempo. Pero nuestras tradiciones espirituales (hinduismo, budismo, cristianismo, islamismo, judaísmo, etc.) también atestiguan, en varios grados y con mayor o menor precisión, que este punto de vista es susceptible de ser cuestionado.
Considere lo que hace el cerebro en materia de representación conciente. ¿De qué somos concientes? Somos concientes del mundo, de nuestros cuerpos en ese mundo, y somos – pensamos – consientes de nosotros mismos en nuestros cuerpos. Después de todo, la mayoría de nosotros no nos sentimos idénticos a nuestros cuerpos. Nos sentimos, casi todo el tiempo, como si estuviéramos viajando dentro de nuestros cuerpos, como si fuéramos un sujeto interno que puede usar el cuerpo como una suerte de objeto. Esta última representación es una ilusión, y puede ser descartada como tal. La “a-yoidad” es una cualidad de la conciencia que puede ser descubierta de manera subjetiva. De hecho, está presente en todo momento, pero aun así es difícil percatarse de ella. Si parece una paradoja, considere la siguiente analogía:
El nervio óptico pasa a través de la retina y crea un punto en nuestro campo visual en el que somos ciegos. A la mayoría se nos demostró esto en el colegio: se hace una marca en un papel, se cierra un ojo y se mueve el papel hasta que la marca desaparece. Claro, una pequeña minoría de personas en la historia son concientes de sus puntos ciegos. E incluso aquéllos que saben acerca de éstos, pasaron décadas sin notarlos como resultado de la percepción directa. Sin embargo, siempre están ahí, disponibles para ser apreciados.
Hay una apreciación análoga en la naturaleza de la conciencia – demasiado cercana a nosotros, en cierto sentido, para ser vista con facilidad. Para la mayoría de las personas se requiere entrenamiento considerable en meditación para lograr un atisbo de ella. Pero es posible notar que la conciencia – eso en usted que está atento de su experiencia en este instante- no se siente como un mí. No se siente como “yo.”
Como crítico de la fe religiosa, usualmente me preguntan qué remplazará a la religión organizada. La respuesta es: muchas cosas y nada. Nada necesita reemplazar sus elementos absurdos y divisores. Nada necesita reemplazar la idea de que Jesús va a volver a la tierra con poderes mágicos y lanzará a los infieles a un lago de fuego. Nada necesita reemplazar la idea de que la muerte en defensa del Islam es el bien máximo. Estas son ideas sin fundamento, peligrosas y degradantes.
Pero ¿qué pasa entonces con la ética y las experiencias espirituales? Para muchos, la religión todavía es el único vehículo para alcanzar lo más importante en la vida –amor, compasión, moralidad y trascendencia personal. Para cambiar esto, necesitamos una forma de hablar sobre el bienestar humano, tan libre de dogmas religiosos como lo es la ciencia.
Mientras escribo, la segunda en una serie de retiros de meditación para científicos está teniendo lugar patrocinada por el Instituto de la Mente y la Vida (Mind and Life Institute). Cien científicos pasarán la próxima semana en meditación silenciosa, para ver sí, y en qué medida, esta técnica de introspección sostenida puede informarle a su pensamiento algo sobre la mente humana. También hay varios laboratorios de neurociencia estudiando los efectos de la meditación en el cerebro. El interés occidental en la meditación ha abierto un diálogo entre los científicos y los místicos acerca de cómo los datos sobre las experiencias en primera persona, pueden ser traídos al círculo de los experimentos en tercera persona. La meta es entender las posibilidades del bienestar humano un poco mejor de lo que lo hacemos en el presente.
Creo que la mayoría de las personas están interesadas en la vida espiritual sin importar si se dan cuenta o no. Cada uno de nosotros ha nacido para buscar la felicidad en una condición fundamentalmente precaria. Lo que obtienes lo pierdes. Todos estamos (al menos tácitamente) interesados en descubrir cuán feliz puede ser una persona en tal circunstancia. En la pregunta ¿cómo ser lo más feliz posible? La vida contemplativa tiene apreciaciones importantes para ofrecer.
NOTAS
[1].N. de la T: El título original del artículo en inglés es “Selflessness of conciousnes”. La palabra selflessnes es un neologismo que denomina la condición de la conciencia en la que ésta deja de sentirse como un ente aparte del resto del universo para sentirse vinculada con el todo. Esta palabra está formada por tres diferentes partículas: self: yo, mi; less: sufijo que significa no tener, sin; ness: sufijo que denota estado, condición, grado. Podría traducirse como el sufijo “idad”: godness à divinidad. Siendo un neologismo su traducción está determinada por la materia, en filosofía yoidad significa “condición de ser yo”. Se le agrega entonces la partícula privativa a-, en oposición al término yoidad. Si bien el término parece extraño, es el que más se acerca al significado real y que ha sido usado anteriormente.