“Aunque el hombre engendrare cien hijos, y viviere muchos años, y los días de su edad fueren numerosos; si su alma no se sació del bien, y también careció de sepultura, yo digo que un abortivo es mejor que él. Porque éste en vano viene, y a las tinieblas va, y con tinieblas su nombre es cubierto. Además, no ha visto el sol, ni lo ha conocido; más reposo tiene éste que aquél”. (Eclesiastés 6, 3-5)
“¿Por qué no morí yo en la matriz, o expiré al salir del vientre? (…)Pues ahora estaría yo muerto, y reposaría; dormiría, y entonces tendría descanso, (…)¿Por qué no fui escondido como abortivo, como los pequeñitos que nunca vieron la luz? Allí los impíos dejan de perturbar, Y allí descansan los de agotadas fuerzas.” (Job 3,11-17)
Introducción
Con la legalización colombiana de la interrupción del embarazo en algunas situaciones extremas, ha resurgido el viejo debate sobre “el aborto como homicidio”. Hay voces a favor del derecho femenino a elegir cuando hay una violación o cuando el feto sufre malformaciones graves que auguran una vida dolorosa y adversa. Generalmente, estos apologistas del derecho a elegir ignoran un punto incómodo de los opositores al aborto.
Los opositores dicen que el aborto es un homicidio o peor aún: un filicidio efectuado por una madre vil que asesina a su propio “hijito indefenso”. Para culpabilizar las mujeres y disuadirlas de abortar, hacen campañas públicas y presentan imágenes grotescas de abortos en estado avanzado de gestación, falseando el momento verdadero de interrupción: muestran un feto abortado a los cinco meses diciendo que tenía cinco semanas. También les muestran vídeos de testimonios de madres arrepentidas que oyen el llanto fantasmal de su “niño abortado”. Llegan incluso a difundir cartas “escritas por el bebecito que no alcanzó a nacer”: pseudoepístolas en las que el feto pregunta a su “madrecita amada” los motivos que tuvo para “asesinarlo” si él la amaba tanto que incluso la perdona por su asesinato vil. Así traumatizan a las niñas de los colegios religiosos; estas técnicas son tan eficaces en generar culpa a una mujer que aborte, que pueden hacer que se suicide al sentirse como una monstruosa asesina.
Sin importar si es inmoral traumatizar niñas de escuela para disuadirlas del aborto, los opositores podrían tener razón en un punto crucial. Si los embriones o fetos fueran personas entonces el aborto sería un asesinato agravado. No importaría que la mujer tuviera un embarazo denigrante e intolerable por violación: abortar sería el asesinato de una “personita indefensa” en su vientre que no sería culpable de tener un padre violador. Al escoger entre dos males no habría duda: lo peor es el asesinato.
Igualmente, el que un embrión o un feto tuvieran malformaciones graves no daría derecho a decidir sobre sus vidas pues esta razón permitiría asesinar indigentes y discapacitados “para acabar con sus penas desinteresadamente”. No se puede ir asesinando pobres, parapléjicos, ciegos y personas con limitaciones sin su consentimiento; igualmente no podríamos asesinar a la supuesta “personita intrauterina” sin su aprobación, sin importar lo “altruista” de nuestras motivaciones por evitarle sufrimientos futuros.
Esa es la cuestión fundamental en el debate: ¿el embrión o el feto en etapas iniciales de gestación es una persona, un “niñito indefenso”? De la respuesta depende el curso legal a seguir en una sociedad democrática y libre. Si el embrión o el feto en etapas tempranas es una personita se debería prohibir totalmente el aborto como un asesinato. En caso contrario, no debería haber impedimento legal en absoluto para prohibir el aborto voluntario en cualquier situación que la mujer decidiera. Esto debe quedar claro: no importa cuán impecables, razonables y contundentes puedan ser algunos ataques a nefandos líderes antiabortistas, como el reciente escrito de Héctor Abad Faciolince1 contra el Cardenal Alfonso López Trujillo: si los embriones fueran personas, el prelado tendría razón al condenar la legalización del aborto en Colombia, a pesar de que en su doble moral, no excomulgue a los médicos abortistas italianos (su país de residencia) ni alemanes (la patria de Benedicto XVI).
Entonces, es fundamental responder de forma objetiva y racional: ¿El embrión y el feto en sus etapas tempranas son “personas”? Para responder esta pregunta, hay que examinar varias cuestiones: ¿qué es lo especial de la humanidad? ¿qué es una persona? ¿qué es un individuo? ¿qué es un niño? ¿qué es homicidio?
Qué hace especial a la humanidad
Al preguntar esto en cualquier cultura, aparecerían factores como los siguientes:
Somos seres sociales (aunque no tanto como las abejas o las hormigas) hasta el punto de crear culturas globales. Necesitamos unos de otros; nuestro bienestar depende de nuestros congéneres: vivienda, alimentación, medicina, educación, etc, … dependemos tanto de ellos que hemos establecido reglas coercitivas de derecho para nuestras interacciones: son los sistemas jurídicos nacionales.
Somos racionales, pensantes, intelectuales: hemos sido capaces de dilucidar las leyes de la naturaleza para mejorar nuestra calidad de vida: ciencias como la Física, la Química, la Matemática y la Biología; tecnologías como la Medicina y la Ingeniería, e incluso campos artísticos como la Pintura, la Música, la Literatura y la Danza, son monumentos a la capacidad del pensamiento humano.
Nuestra vida psíquica nos hace únicos: aparte de tener sentimientos, estamos conscientes de que sentimos; aparte de saber, estamos conscientes de que sabemos. Homo sapiens es el único ser consciente que sabe de la consciencia de sus congéneres, hasta donde la ciencia lo puede decir. Podemos ponernos en el lugar de los demás y podemos sentir
empatía por ellos.
Somos capaces de comunicar nuestro conocimiento y estado anímico a los demás. Podemos expresarles nuestra alegría, tristeza, aprecio, odio, y solidaridad… ellos nos entenderán. A diferencia de otros tetrápodos que pueden “amar” a sus crías y parientes, “odiar” a sus antagonistas, y sentir dolor y angustia, sólo el hombre comunica, domina y es consciente de sus sentimientos, incluyendo el más ominoso de ellos: la consciencia de nuestra muerte y de su inminencia.
Sin lugar a dudas, la especie humana es única por su vida intelectiva y afectiva: esto es, la mente.
Qué es una persona
Sería absurdo aferrarse a una única definición de diccionario de la palabra “persona”, aunque pueda ser una guía inicial
adecuada. Para los efectos de este artículo, el Diccionario de la RAE [2] tiene tres acepciones:
persona: 1. Individuo de la especie humana. 2. Hombre o mujer cuyo nombre se ignora o se omite. 6. Sujeto de derecho.
Estas definiciones abren un campo semántico [3] que incluye los conceptos “hombre”, “mujer”, “individuo” y “sujeto”. Al explorarlos, se comprende más profundamente lo que es una persona que si se toma a ciegas una definición única de diccionario. Se ruega entonces paciencia al lector, mientras se examina un par de niveles de este campo semántico.Para no hacer tediosa la lectura, se presenta el mínimo de acepciones más pertinentes al tema.
individuo: 2. Que no puede ser dividido. sujeto: 3. Persona innominada. 4. Espíritu humano, considerado en oposición al mundo externo, en cualquiera de las relaciones de sensibilidad o de conocimiento, y también en oposición a sí mismo como término de conciencia. consciencia: 2. Conocimiento inmediato que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones. 3. Capacidad de los seres humanos de verse y reconocerse a sí mismos y de juzgar sobre esa visión y reconocimiento. hombre: 1. Ser animado racional, varón o mujer. mujer: 1. Persona del sexo femenino. racional: 1. Perteneciente o relativo a la razón. 3. Dotado de razón. razón: 1. Facultad de discurrir. 2. Acto de discurrir
el entendimiento. entender: 1. Tener idea clara de las cosas. 2. Saber con perfección algo. 3. Conocer, penetrar. 4. Conocer el ánimo o la intención de alguien.
Tras este examen del campo semántico de “persona”, que podría ampliarse a gusto del lector, quedan claras las características indispensables de una “persona”: debe ser individual o única en el sentido de no poder ser dividida. Debe tener vida intelectiva: sentimientos, conocimiento y autoconciencia. Debe ser capaz de examinarse a sí mismo y a sus actos para juzgarlos. Debe ser racional, capaz de pensar y entender a los demás. Estas características son inherentes a lo que llamamos “persona”. Un ser que no tenga sentimientos, que no tenga autoconsciencia, que no razone, que pueda ser dividido y cada pedazo produzca copias del original, no es una persona. Por esta razón la medicina ha definido la “muerte cerebral”. Ningún sistema jurídico serio daría calidad de persona a un ser que no hubiera tenido estas cualidades o que no tuviera la capacidad de volverlas a ejercer. Se entiende por qué las características que definen a la “persona” coinciden con las que hacen única a la humanidad.
Una visión científica de la consciencia
Ya que somos personas por nuestra mente, es natural preguntarse dónde radica y qué condiciones se necesitan para su existencia. Los avances científicos de los últimos dos siglos han dado la respuesta. Aunque los autores bíblicos y otras culturas precientíficas pensaban que el intelecto residía en el corazón o en las vísceras, hoy sabemos con certeza que nuestra mente mora en el cerebro, en particular, el neocórtex (figura 1).
Pero… ¿nuestro ser radica realmente en el cerebro, o existe algún ente inmaterial que sea sustento de nuestra existencia mental? ¿nuestra existencia se debe a un “alma” que se comunica con el mundo a través del cerebro, aunque sea independiente de éste, y subsista tras su destrucción?
La ciencia también pudo responder gracias a los efectos colaterales de una cirugía contra la epilepsia que se realizaba a mediados del siglo XX: “la callotomía cerebral”. Era un procedimiento para pacientes con epilepsia grave[5]. Se cortaba el haz de fibras nerviosas que unía los hemisferios (el cuerpo calloso) para evitar que los impulsos sinápticos del ataque epiléptico pasaran de un hemisferio al otro. Así, la condición del paciente mejoraría y se disminuirían sus riesgos – sólo imagine un paciente con un ataque al cruzar una avenida concurrida o al bajar unas escaleras empinadas.
A primera vista, los pacientes quedaban comportándose de forma normal, y los ataques disminuían en intensidad y
frecuencia, pero al examinarlos en detalle aparecían anomalías llamativas.
En algunas pruebas se presentaban objetos diferentes en ambos lados del campo visual mientras se hacía que el paciente mirara al centro; luego se le preguntaba al paciente que describiera lo que había visto. Cuando se le pedía que dijera lo que había visto, respondía nombrando lo del campo visual derecho. Al contrario, cuando se le pedía que escribiera o señalara con la mano izquierda qué había visto, la mano escribía o señalaba lo que estuvo en el campo visual izquierdo (figura 2).
En un caso clásico, se le presentaba brevemente una palabra compuesta cuyas partes tenían significado diferente al de la palabra original6, como la palabra “astrolabio”, centrada en su campo visual (figura 3). Luego se le pedía que dijera lo que había leído. Respondía: “Labio”. Al preguntársele qué tipo de “labio”, el paciente comenzaba a conjeturar:
“podría ser un labio de la boca, o tal vez otra parte de la anatomía femenina...” Al pedirle que dibujara con la izquierda lo leído, la mano bosquejaba una estrella. El fenómeno era tan inquietante para el hemisferio izquierdo, que con frecuencia mostraba su asombro verbalmente:
¡la mano acababa de dibujar algo totalmente diferente a lo que creía haber leído
Este fenómeno se entendió al descubrirse que el control cerebral del lenguaje (el área de Broca) se encuentra el hemisferio izquierdo y que las cortezas motoras de cada hemisferio cerebral perciben y controlan los lados opuestos del cuerpo: el campo visual derecho se interpreta en el hemisferio cerebral izquierdo y viceversa; el brazo derecho es controlado por el hemisferio izquierdo y viceversa. Así, al presentar dos imágenes diferentes, la zona de Broca (en el hemisferio izquierdo) detectaba el objeto al lado derecho, pero ignoraba el izquierdo. Al contrario, el objeto a la izquierda era interpretado por el hemisferio derecho, que a su vez controlaba la mano izquierda y lo señalaba o dibujaba “autónomamente” [7].
La neurología descubrió que los hemisferios cerebrales integraban su información comunicándose por las fibras del cuerpo calloso. Al cercenarlas, cada hemisferio quedaba aislado e ignoraba lo que pasaba en el otro. Se encontró, ni más ni menos, que la mente se podía dividir si se cortaba el cerebro. La persona era resultado del funcionamiento coordinado de los hemisferios cerebrales. Nuestra vida afectiva e intelectiva es producto del cerebro.
Aquí no caben justificaciones para este golpe científico a la existencia del alma: si ella se comunicara a través del cerebro, sería innecesario el tránsito de información de un hemisferio a otro a través del cuerpo calloso: la unificación de la personalidad se daría en el alma indivisible. Cualquier información que llegara al nivel del “alma” pasaría al conocimiento de toda ella, sin importar qué hemisferio la hubiera transmitido. El que la persona se divida al seccionar el puente entre los hemisferios es una demostración elegante y contundente de que la persona es un producto de la actividad cerebral. Es la refutación científica del mito religioso de un espíritu humano que nos dotaría de facultades mentales, animaría al cuerpo, y lo abandonaría tras la muerte.
Estos, y muchos otros estudios sobre diversas lesiones cerebrales, han demostrado la hipótesis naturalista de la consciencia: somos la actividad de nuestros cerebros8. Esto lo vive dolorosamente cualquier persona que tenga un pariente con Alzheimer: minúsculos daños vasculares van destruyendo funciones mentales específicas; la persona amada se va diluyendo gradualmente. Cuando se destruye el cerebro, se destruye la vida intelectiva y por tanto, la persona. Sin cerebro, no hay persona. El hombre no es un espíritu que se aloja en un cuerpo para animarlo. El hombre es un cuerpo cuyo funcionamiento cerebral origina una persona.
Después de saber qué nos hace personas y dónde radican estas cualidades, se poseen elementos suficientes para analizar las afirmaciones más frecuentes de la polémica sobre el aborto: ¿el embrión es un individuo? ¿es una persona? ¿es un “niño intrauterino”? ¿tiene importancia que sea una “persona en potencia”? ¿el aborto en etapas tempranas es asesinato? ¿la “sacralidad de la vida humana” es un factor a considerar en un debate serio sobre el aborto?
El embrión como individuo
La genética ha descubierto que en los estados iniciales de la gestación, los embriones no son individuos ni siquiera en el sentido más simple de la palabra. En los estados iniciales, el embrión es un puñado de células pluripotenciales (células madre o stem cell en inglés). Al dividirlo o extraerle células, se obtienen células madre que al gestarse por separado, dan origen a embriones viables e independientes entre sí. Cuando esto ocurre de forma natural, el producto de la gestación será dos gemelos idénticos (univitelinos). Cuando pasa artificialmente, en un laboratorio, se logra el proceso de clonación. Este no debería asustar a las personas racionales porque desde hace millones de años se da en la naturaleza: los gemelos idénticos no son más que clones naturales.
Es un hecho irrefutable que los embriones son divisibles: cuando se seccionan, originan embriones viables: copias del original. Los embriones no son individuos ni en el sentido básico de la palabra. Este hecho irrefutable aterroriza a los creyentes por las perspectivas que abre la artificialidad del proceso de clonación. Si se valora la vida humana por un alma mitológica, entonces es comprensible el pánico de los fieles. La clonación genera una dicotomía entre la existencia del alma y la bondad de Dios. Este dilema se explica a continuación.
Aunque para Aristóteles y los Padres de la Iglesia [9], al inicio el embrión tenía un alma sensible (animal) que luego era reemplazada por una intelectiva (humana) después del nacimiento, para el creyente moderno la existencia de una vida humana sin alma inmortal es una abominación teológica. Cada embrión seccionado da origen a dos embriones viables que deberían tener alma. Como creador del alma humana, Dios infundiría “almas” a cada nuevo pedazo. Esto lleva a una situación teológica delicada: la divinidad crearía y le infundiría un alma a cada embrión creado al arbitrio del investigador. La divinidad sería cómplice del clonador, infundiendo almas a diestra y siniestra cada vez que se separara del embrión una nueva célula pluripotencial. Se podría hacer una progresión geométrica de divisiones y Dios crearía una secuencia geométrica de almas para dichos embriones: 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, y así en adelante.
Para un creyente, la complicidad de Dios con el “maligno investigador” es aterradora: Dios estaría creando almas para estos supuestos “niñitos indefensos” que en el mejor de los casos terminarían en un frigorífico, y en el peor, en el bote de basura del laboratorio. Dios estaría creando decenas de almas condenadas a muerte cada vez que el médico usara su micropipeta; sería un cómplice obsesivo del investigador de turno. Esta actitud demoníaca haría a Dios más culpable que el investigador no creyente que clona de buena fe para buscar nuevas terapias médicas. Un dios así sería diabólico.
La investigación genética propone una dicotomía: o Dios no infunde almas inmediatamente en cada nuevo embrión, o Dios crea niños con el único fin de ser abortados cada que se clona: o no hay alma inmortal en los embriones, o Dios es demoníaco. Cualquier opción que se elija refuta un dogma fundamental cristiano. Ante semejante disonancia cognitiva, el clero cristiano prefiere ocultar la realidad: se opone férreamente a la ciencia, e insta a sus fieles a votar por políticos ignorantes que intentan prohibir la investigación con embriones y células pluripotenciales.
Este es un ejemplo del peligro religioso para las sociedades modernas: antes de aceptar su error, los creyentes tratarán de frenar la investigación médica, a pesar de que en ella esté la esperanza de cura para enfermedades como las parálisis por trauma medular, las enfermedades cerebrales degenerativas, y muchas otras. Como la investigación genética refutaría la existencia del “alma” o mostraría que su dios es demoníaco, prefieren destruir la esperanza de cura para millones de enfermos, antes de renunciar a a sus falaces y egoístas dogmas religiosos. Es una versión moderna del juicio a Galileo. La religión es un peligro social.
El embrión como persona
Una de las características fundamentales de las personas es ser únicas e irrepetibles; ser individuales; esto es, ser individuos. En la sección anterior se demostró fuera de toda duda que el embrión no es un individuo y por tanto, no puede ser persona. Pero… ¿Qué ocurre con las otras características?
Ya se mostró que la base de la mente es el cerebro y su actividad neuronal. Un embrión sin sistema nervioso central, o incluso un feto en etapas tempranas, sin actividad cerebral de alto nivel, no puede sustentar vida afectiva ni intelectiva. No ama, ni odia, ni sabe; no es autoconsciente: no sabe que existe. En realidad, el descubrimiento infantil de que él y el universo son diferentes, el surgimiento de su autoconsciencia, se da mucho después del nacimiento. Los estudios de Jean Piaget demostraron por ejemplo, que el niño tarda hasta 10 meses en formarse un concepto medianamente aceptable de “objeto”: cualquier cosa permanente y externa a él (como una pelota, un biberón o una persona, como la madre). Para un niño menor, un objeto que desaparece de la vista deja de existir en su universo mental [10].
Un embrión o un feto en etapas tempranas no posee actitud de introspección. No puede comprender a sus semejantes pues ni siquiera tiene la capacidad de entender qué es un semejante. No puede ponerse en lugar de otros, porque ni siquiera puede comprender que existe “lo otro”. Es imposible que embrión o un feto en etapas iniciales albergue la vida intelectiva que llamamos “personalidad”. Como los estados iniciales del desarrollo humano no pueden tener vida afectivo-intelectiva, no pueden catalogarse de “persona”. El embrión y el feto en etapas tempranas no son personas. Esto es otro hecho científico irrefutable.
Las consecuencias respecto a la propaganda antiabortista, son muy serias. Hay una profunda maldad y manipulación cristiana al difundir supuestas “cartitas” escritas por el “niñito” que nunca llegó a nacer, para su madre que lo “asesinó”. Cartas donde el “niñito” le dice a su mamita que ansía estar entre sus brazos y recibir sus besos y caricias para luego, al “darse cuenta de su muerte”, llorar profunda y amargamente porque el rechazo asesino y vil de su mamita. En estos panfletos, el “niñito muerto” ya como “almita” independiente de su cuerpo, le dice a su “mamita homicida” que la ama, que la perdona, y que orará al Señor para que le perdone su crimen.
La manipulación psicológica de estas cartas es nefanda. Es inmoral y execrable mentir a niñas que no tienen su sentido crítico desarrollado. La mendacidad crasa de estos panfletos criminales es patente: los embriones y fetos abortados en etapas tempranas no son personas conscientes. No pueden concebir su propia existencia o la de su progenitora; no podrían amarla, ni entender lo que es un abrazo (todo esto lo aprende el niño tras su nacimiento); no podrían orar por su “mamita”, no podrían sentir tristeza o alegría... De hecho, si las “almitas” pudieran amar, hablar, orar, ansiar besos y abrazos, e incluso perdonar a sus mamitas, tendrían una vida intelectiva tan compleja, que un bebé no tardaría años en darse cuenta de que existe y que su madre es “otro ser”; en aprender a hablar, amar, y perdonar, y un largo etcétera.
El abusar de niñas inocentes que ignoran estos hechos científicos, mintiéndoles y programándolas de forma orwelliana para que encuentren repulsivo el aborto en etapas tempranas, debería ser crimen punible por ley. Este abuso ha traído como consecuencia muchos suicidios de niñas desesperadas que habrían recurrido a la solución del aborto para un embarazo no deseado, pero que terminaron con un sentimiento de culpa humanamente intolerable por su condicionamiento previo. Estas cartas son asquerosas manipulaciones criminales que atentan contra la salud mental de las niñas y las mujeres. Es otro ejemplo del peligro religioso para las sociedades civilizadas.
El embrión como “niño intrauterino”
¿El embrión es un niño, un bebé indefenso? Se podría dar una respuesta breve. La búsqueda de las definiciones estándar del diccionario de la RAE no dejan lugar a duda:
niño: 1. Que está en la niñez. 2. Que tiene pocos años. niñez: 1. Período de la vida humana, que se extiende desde el nacimiento a la pubertad. bebé: 1. Niño de pecho. nene: 1. Niño de corta edad.
Es imposible ser más claro: ni un embrión ni un feto son niños, porque para ser niño, primero tiene que haber nacimiento. Un embrión o un feto sin vida afectiva o intelectiva, ni siquiera en las formas precarias del inicio de la niñez, no es un niño. Mientras refutaba a un troll informático que llamaba a los fetos “niños intrauterinos” (oxímoron), una amiga del autor lo expresó de forma sarcástica, contundente y memorable:
“Cuando voy a comer un huevo frito, no salgo con la sandez de que me voy a comer un pollito intracascarino”. [11]
¡Nunca expuesto de mejor manera!
“Potencias” y otras yerbas escolásticas
Algunos creyentes reconocen que un embrión no es una persona pero se aferran a la idea de que la “personalidad” del feto está como “potencialidad” en la “esencia” del embrión. El embrión sería una persona en potencia, y por tanto, al matarlo se estaría cometiendo un asesinato. La falta de lógica de esta argumentación es patente: un fenómeno en potencia no es lo mismo que un fenómeno real. Algo que potencialmente puede convertirse en otra cosa, no es de antemano la otra cosa. Un multimillonario en potencia no es lo mismo que un multimillonario y no puede gastar dinero en esa forma. Un asesino en potencia no es lo mismo que un asesino real y no se le debería dar la cadena perpetua antes de cometer su crimen. Así mismo, una persona en potencia no es lo mismo que una persona, y no hay motivo para otorgarle los mismos derechos de una persona real.
A pesar del absurdo patente de la argumentación por potencialidades, algunas instituciones confesionales siguen ostentando este tipo de falacias en su rechazo al aborto temprano [12]:
“Que el producto de la unión de los elementos germinales (óvulo y espermatozoide) es un ser personal, desde el momento mismo de la fecundación, por cuanto el zigoto tiene la capacidad, por su propio impulso vital, para lograr en una secuencia lógica de desarrollo el estado de madurez; y que dicha persona ontológicamente se diferencia de los animales y de las cosas: Es un “alguien” (no “algo”) capaz de distanciarse del mundo y de sí mismo, de crear un “nosotros”, de reflexionar, elegir, tomar posesión de sí mismo, proyectarse como ser trascendente, a sus semejantes y al Absoluto”
No. No lo es. El que algo tenga capacidad de llegar a ser otra cosa no hace que sea esa otra cosa. Un huevo no es un pollito, por más que pueda llegar a serlo. Una oruga no es una mariposa, por más que pueda llegar a serlo. Un indigente con instinto de gerente no es un millonario, a pesar de que pueda llegar a serlo. Un individuo con instinto asesino no es un homicida, aunque pueda llegar a serlo.Un estudiante de medicina no es un médico, por más que pueda llegar a serlo. Un ser vivo no es un cadáver, aunque irremisiblemente vaya a serlo. Con un texto digno de enmarcarse, la institución decide entonces (énfasis añadido):
“(...)pronunciarse públicamente a favor de la vida humana desde el instante mismo de la fecundación, pues es incuestionable el aserto: “Es ya un hombre aquél que lo será”. ”
Dicho aserto no sólo es cuestionable sino que es totalmente falso: basta parafrasearlo. Si “es ya un hombre aquél que lo será”, entonces “es ya un millonario aquél que lo será”; “es ya un homicida aquél que lo será”; “es ya un muerto aquél que lo será”… Si se llevara a su conclusión natural esta mentira, tendríamos que enterrar o cremar todas las personas vivas actualmente, porque “es ya un cadáver aquello que lo será”.
La vida humana es sagrada
Algunos médicos y políticos apelan a lo sagrado de la vida humana para objetar y tratar de prohibir la investigación con células madre y el aborto en etapas tempranas. ¿Qué implicaciones tiene para esta objeción lo expuesto hasta ahora?
Por más respeto que pueda merecer la vida humana, la categoría de “sacro” no es objetiva. “Lo sagrado” parte de una cosmovisión con dioses, espíritus, ángeles, sacrificios, e innumerables mitos precientíficos. Si los teólogos cristianos de los últimos dos milenios no han podido demostrar la existencia de su objeto de estudio, las personas racionales no pueden estar obligadas a respetar los mitos de esa parte irracional de la sociedad.
Los médicos son científicos y deben actuar como tales: deben juzgar con base en evidencias, datos fácticos, argumentaciones lógicas y experimentación científica seria. Las decisiones hacia sus pacientes no pueden moldearse por creencias absurdas y mitológicas; deben estar basadas en la más fría y acerada racionalidad científica. Un médico que por sus prejuicios teológicos medievales se niegue a practicar procedimientos justos, lógicos y legales a un paciente que los solicite, no es digno de tal título; no es más que un chamán o un curandero de bata blanca y estetoscopio.
¿El aborto es asesinato?
Se llega por fin al nudo gordiano. Afortunadamente el lector ya tiene una espada muy bien afilada para deshacer el enredo de un tajo. Antes de catalogar al aborto como asesinato, cabe explorar el campo semántico de estos términos dejando de lado lo obvio y lo ya examinado:
asesinar: 1. Matar a alguien con premeditación, alevosía, etc. homicidio: 1. Muerte causada a una persona por otra. 3. Delito consistente en matar a alguien sin que concurran las circunstancias de alevosía, precio o ensañamiento. alguien: 1. Designa persona o personas existentes, sin indicación de género ni de número. Antónimo de nadie y, con menor frecuencia, de ninguno. 2. Significa vagamente persona que no se nombra ni determina
Como ni el embrión ni el feto en etapa temprana son personas, entonces catalogar de homicidio o de asesinato al aborto es un absurdo. Tildar de homicidas, asesinas, infanticidas e incluso, filicidas a las mujeres que deciden abortar, es un irrespeto rayano en lo criminal. Es una calumnia y una difamación injusta e irracional.
Hay que expresar esto de la forma más clara posible: independientemente del respeto que merece la vida y en particular la vida humana, la persona humana merece un respeto infinitamente superior. El derecho de una mujer a elegir su bienestar emocional, su derecho a no tener una carga indeseada durante nueve meses, su derecho a no ver interrumpidos sus sueños de desarrollo profesional, económico y personal, y su derecho a engendrar un hijo sólo cuando decida y pueda criarlo con amor y calidad de vida, debe estar siempre por encima de algo que no tiene emociones, que no desea, que no sueña, que no decide, que no ama …algo que no es persona. La mujer como persona debe tener todos los derechos de elegir sobre ella misma y sobre algo en su vientre, que aunque puede llegar a ser persona, no lo es.
Esta aseveración es muy fuerte pero es totalmente lógica y argumentalmente impecable. No importa que la decisión se tome por simple antojo, por irresponsabilidad en la planificación, por violación, o por peligro de muerte para la madre gestante: el aborto en etapas tempranas tiene que ser un derecho de la mujer, pues el embrión que se gesta en su vientre no es ni un individuo, ni una persona, ni un niño.
Conclusión
La ciencia demostró que nuestra personalidad es producto de la actividad del cerebro. No es un alma que entra en un cuerpo y sale de él tras la muerte. Las concepciones espiritualistas y animistas de la vida humana, incluso en fase embriónica, son mitos precientíficos demostrablemente falsos que no deben influir en las decisiones que afecten a las personas.
Los embriones y los fetos en etapas tempranas de desarrollo no tienen los requisitos fisiológicos necesarios para dar sustento a una persona, y por tanto no pueden serlo. Como no son personas, no se deben proteger en detrimento del bienestar de la mujer, que sí es una persona. Por esta razón, la decisión femenina de abortar en etapas iniciales debe ser absolutamente libre, independiente de la situación en la que se da la decisión. La legislación actual se queda corta al limitar a sólo un puñado de casos extremos dicha opción.
El lobby antiabortista es socialmente peligroso: corrompe la práctica científica de los médicos, manipula las opiniones de niñas inocentes e indefensas, y motiva el suicidio de mujeres que acuden a esta medida en situación de desespero. Es inhumano seguir subyugando a la mujer en nombre de los supuestos derechos de una cosa que no es persona, (independiente de que pudiera llegar a serlo): por más lindo que les suene ese sofisma a los creyentes, no es persona lo que apenas va a serlo.
Notas:
[1]. Véase “El verdadero malhechor” en Semana, disponible en la web en este enlace:
http://www.semana.com.co/wf_InfoArticuloNormal.aspx?IdArt=96733
[2]. Diccionario de la Lengua Española. 22ed. Madrid, Real Academia Española.
[3]. “Un campo semántico es un conjunto de palabras de la misma categoría que poseen un núcleo de significación común (sema compartido) y se diferencian por una serie de rasgos o semas distinguidores.” http://es.wikipedia.org/wiki/Campo_sem%C3%A1ntico
descargado el 7 de septiembre de 2006.
[4]. Imagen en dominio público por haber sido financiada por National Institutes of Health.
http://www.brainmuseum.org/Specimens/primates/human/brain/human8sect6.jpg
[5]. Se encuentra una descripción detallada de los experimentos con pacientes de callotomía cerebral (cerebro dividido) en el capítulo 7 de Sagan, Carl. “Los Dragones del Edén”. Barcelona, Grijalbo. 1982.
[6]. El caso real era con la palabra inglesa “Hatband” (cinta de sombrero). Se adaptó al español con fines didácticos, usando la palabra “astrolabio”; un antiguo instrumento astronómico para localizar la posición de los astros. El ejemplo original se puede consultar en la referencia 5
[7]. Hay un juego didáctico para aprender lo básico sobre pacientes con cerebro dividido en: http://nobelprize.org/educational_games/medicine/split-brain/index.html
[8]. Un texto dedicado en su totalidad a mostrar cómo la existencia intelectiva es un producto del funcionamiento cerebral es Ramachandran, Vilayanur S. y Blakeslee, Sandra. Fantasmas en el Cerebro. Barcelona, Debate. 1999. Se encuentra una reseña completa en enlace siguiente:
http://psicol93.uab.es/pma/2006/rese%F1as/rese%F1a_
fantasmas%20en%20el%20cerebro_Ramachandran_Anna.doc
[9]. Así, por ejemplo: “Las almas no son creadas con anterioridad a la formación de los cuerpos, sino que son creadas en el momento de ser infundidas en los cuerpos”. (Tomás de Aquino, Summa Theologica I. q.118 a. 3)… “Al principio, el embrión tiene un alma sólo sensitiva que es sustituida por otra más perfecta, a la vez sensitiva e intelectiva, como trataremos exhaustivamente más adelante.”( Tomás de Aquino, Summa Theologica I. q.76 a.3 ad 3)
[10]. Pueden leerse varios ejemplos de experiencias realizadas por Piaget y otros en: Miller, George A. Introducción a la psicología. Madrid, Alianza. 1994. p 404 ss
[11]. Formidable respuesta de Claudia García, escéptica de Medellín, Colombia.
[12]. Síntesis Bolivariana. No. 328. Medellín, UPB. Julio de 2006. p 20.