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Blogs del periódico El Tiempo - Septiembre 13 de 2007
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El comensal entró en el restaurante entusiasmado por las buenas reseñas que había leído sobre él. Se sentó, tomó en sus manos la carta que el maître le acababa de entregar y comenzó elegir un plato de entre la variada oferta: filet mignon, baby beef, ceviche de corvina estilo peruano, fettuccini Alfredo con langostinos, paella valenciana, moros con cristianos, lasaña de pollo, pargo rojo frito, cazuela de mariscos, arroz con pollo y almendras estilo árabe,… todo tipo de delicias internacionales. Tras revisar toda la oferta gastronómica, el otrora cliente potencial se levantó irritado y arrojó con fuerza la carta sobre la mesa, llamando la atención de todos los presentes, mientras gritaba con indignación: "¡Cómo es posible este irrespeto! … ¡habráse visto semejante improperio! … ¿acaso piensan que soy un robot para que irrespeten así mi libertad? … ¿por qué no puedo encontrar en la carta un buen plato de mortecina, o un pincho de heces de gato callejero, una pizza de vómito de borracho, una sopa de diarrea aderezada con flema de tuberculoso, o incluso, un buen vaso de orina de rata con agua de alcantarilla? … ¡me voy de este antro que coarta mi libertad de elección!". El que tenga oídos para oír y estómago para aguantar, que oiga y aguante… |
Un dios que no hubiera sido creador del universo, perdería su naturaleza de causa última y su trascendencia absoluta. Uno que no fuera bueno sería simplemente un demonio indigno de ser adorado. Uno incapaz, no tendría la omnipotencia fundamental de las deidades monoteístas y no podría garantizar la promesa de vida eterna.
Unos trescientos años antes de la Era Cristiana, el filósofo griego Epicuro estructuró la refutación más contundente a la visión monoteísta de Dios. Nadie, en ninguna de las teologías existentes ha podido refutar racionalmente dicho argumento, que parafraseado y corregido, va así:
Ante la existencia del mal en el universo hay cuatro opciones lógicas.
1) Dios puede eliminar el mal en el mundo, pero no quiere hacerlo.
2) Dios quiere eliminar el mal en el mundo, pero no puede hacerlo.
3) Dios ni quiere eliminar el mal, ni puede hacerlo.
4) Dios quiere eliminar el mal en el mundo y puede hacerlo.
La primera opción representa un dios todopoderoso y malvado, ya que puede eliminar el mal en el mundo pero que no quiere hacerlo. Sería equivalente a un magnate que deja morir deshidratado a alguien que le ruega por un vaso de agua.
La segunda opción es la de un dios bueno pero impotente; aunque anhela ayudar a las personas, no tiene el poder de hacerlo. Podría oír las oraciones de los secuestrados y sus familiares, conmoverse con las súplicas de gente a punto de ser picada con motosierras, o el llanto de niños a punto de ser violados, pero no puede hacer nada al respecto. Es un dios impotente y por tanto no es el Dios supremo de los monoteísmos.
La tercera opción sería diametralmente opuesta a cualquier deidad digna de ser llamada así: un dios que no quiera acabar el mal y que aunque quisiera, no pudiera hacerlo, sería un dios malvado e impotente; algo que cualquier creyente pondría en la categoría de "demonio espantable".
La cuarta opción es refutada por la realidad. Un dios que quiera acabar con el mal y que pueda acabarlo necesariamente habría eliminado el mal del universo. Los miles de años de sufrimiento de la historia humana y las noticias que vemos a diario en los medios masivos, demuestran que la cuarta opción es falsa.
los que incluyen en la cuarta opción a un dios que quiere acabar con el mal y que puede hacerlo, pero que "sólo podrá hacerlo más tarde" (en quien sabe cuántos milenios) en realidad caen en la opción uno o dos: por más que pudiera acabar el mal "después", esta deidad es impotente porque no puede acabar el mal ya mismo, o es mala porque no quiere acabarlo inmediatamente.
Ante tal refutación de la deidad monoteísta estándar por contradicción lógica entre sus propiedades, los creyentes salieron con la "sesuda" explicación de que en realidad el mal es causado por el hombre, gracias al libre albedrío que Dios nos habría otorgado.
Según esta "brillante" explicación, Dios es bueno porque nos dio libre albedrío… de lo contrario, seríamos unos robots, unos seres automáticos, sin pensamiento, sin sensaciones, sin libertad, como un computador programado de antemano. Según estas "lumbreras" de la apologética, si no tuviéramos la opción de elegir entre bien o mal, no habría libertad de elección, y por esto, Dios se habría obligado a crear un universo donde fuera posible el mal.
No se necesitan más de treinta segundos para darse cuenta del nivel abrumador de estulticia de semejante excusa, y lo fácil de refutar este sofisma cristiano. No es más que una falsa dicotomía evidente:
No se necesita libertad absoluta para tener libertad de elección. Una deidad todopoderosa perfectamente pudo crear un universo donde fuera imposible el mal, y aún así, hubiera libertad de elección. ¿Cómo? …Muy fácil: permitiendo a cada ser autónomo del universo la libertad de elegir entre múltiples bienes.
Esto es muy sencillo de entender cuando se reflexiona la parábola del comensal loco. ¿Acaso algún lector se siente insultado cuando no encuentra platos nauseabundos en un restaurante? ¿Se siente cohibido el lector cuando sólo puede elegir todo tipo de delicias en la carta? ¿Acaso hay alguien en su sano juicio que se sienta "robot" o "autómata" por no poder elegir un plato de mortecina o de vómito como cena?
Cualquier persona mentalmente sana habrá respondido las tres preguntas anteriores con un "no" contundente. Nadie necesita opciones gastronómicas nauseabundas para ser libre de elegir en un restaurante, porque somos libres de escoger entre numerosos platos deliciosos. Sólo un demente exigiría esas inmundicias culinarias para poder sentirse "libre".
Así mismo, no es necesario que se nos otorgue el “permiso divino” de violar, torturar, y descuartizar, para ser libres. Imagínese el lector cuán edificante sería un universo donde cada persona pudiera elegir libremente entre ser médico, profesor, astronauta, veterinario, cocinero, pintor, fotógrafo, músico, matemático, ingeniero, guardabosques, o cualquier otra vocación constructiva socialmente, sin preocuparse por monstruos que se dedican a descuartizar, secuestrar, violar mujeres y niños, o de proteger sistemáticamente el abuso sexual de menores. ¿Acaso alguien mentalmente sano lamentaría no tener estas opciones?
Un dios verdaderamente bueno podría haber creado un universo donde fuéramos libres de escoger entre múltiples opciones benéficas sin tener que permitir las aberraciones ya mencionadas. De hecho, los creyentes que apelan a esta justificación del mal están afirmando tácitamente la impotencia de su Dios. Una deidad todopoderosa que no pueda permitir la libertad sin permitir el mal es impotente: es incapaz de crear libertad sin mal.
La explicación del mal en el mundo apelando a una supuesta bondad de Dios que lo habría permitido para no hacernos autómatas es un sofisma absurdo e infantil que cae por su propio peso tras pocos segundos de reflexión.
A pesar de incontables intentos vanos de confrontar el argumento epicureísta, y tratar de defender la creencia irracional en el Dios Padre Bueno y Todopoderoso, la existencia del mal en el mundo es la mejor refutación al modelo estándar de Dios. Epicuro se dio cuenta de ello hace más de dos milenios y nadie ha podido desacreditarlo por una razón muy simple: porque contrario a las justificaciones fideístas, su argumentación es general, racional, clara y contundente. Se necesita renunciar a la lógica para sostener lo contrario.
Todas las posibles excusas de los creyentes pueden enmarcarse en una de esas cuatro opciones y cada conclusión obtenida es teológicamente destructiva para los dogmas monoteístas. Sólo la cosmovisión racionalista permite explicar el mal en el mundo como el resultado de leyes universales que son indiferentes e insensibles ante nuestras preocupaciones éticas. El pensamiento mágico nos ha hecho perder demasiado tiempo en plegarias inútiles a deidades de fábula. Sólo nuestro pensamiento racional y nuestra acción consciente nos permitirán en un futuro reducir el sufrimiento que hay en el mundo y lograr la anhelada justicia social.