Recuerdo, cuando estaba pequeño en mi pueblo, en las misas de la Parroquia de La Inmaculada, una señora que cantaba durísimo y que respondía a viva voz los salmos y las oraciones. ¿No se avergonzará de gritar tanto y de cantar tan desafinado?, era lo que mi cabeza de niño se preguntaba, pero mi padre resolvía mis dudas sentenciando: “¡Ojalá todos tuviéramos la mitad de la fe de esa señora!”.
Pues no. No es así. Y me costó mucho tiempo, algunos libros y varias decepciones entenderlo, pero ahora, honestamente, me enorgullece haberlo hecho: la fe no sólo no es un valor, sino que constituye el más enquistado obstáculo para la evolución del ser humano.
La fe te invita a creer más allá de las evidencias –y en no pocos casos en contra de ellas- , pero aún no contenta con hacerlo, te convence de enorgullecerte por ello.
La fe desprecia la ciencia y lo hace porque le teme. La postura de las religiones frente a los descubrimientos científicos en los últimos mil años, es una cadena extensa y sorprendente de fracasos calamitosos. Pero ahí sigue. ¿Que resultó verdadero el heliocentrismo? ¡No importa! ¡Hoy podemos atacar la investigación en células madre! ¿Que la teoría darwiniana resistió el análisis de los años? ¡Todavía nos podemos acomodar con el Diseño Inteligente! ¿Que la datación geológica demostró que era falsa la “verdad bíblica” (¡!) sobre los 4.000 años de edad de la tierra? ¡Eso es trivial! ¡A dios gracias, todavía la inmensa mayoría “sabe” que es mejor creer que cuestionar!
“La ciencia será abolida” (1 Cor. 13,8) escribía con alegría Pablo de Tarso, y aunque su alucinada predicción no pudo estar más errada, su espíritu de felicidad ante la posibilidad de triturar el conocimiento esgrimiendo la inmunidad de la fe, se continúa transmitiendo hasta hoy entre sus correligionarios con un éxito vergonzoso.
La fe fabrica ficciones para eludir la única realidad que tenemos. “Puesto que los hombres han de morir, parte de ellos no podrá soportar esa idea e inventará todo tipo de subterfugios.”, escribe Michel Onfray, y remata: “Por apuntar al Paraíso, erramos la Tierra”.
Pero la lucha entre la fe y la inteligencia podría limitarse a los filósofos, a los teólogos, a las publicaciones y a los foros académicos, si no fuera porque la fe es hoy por hoy (y siempre ha sido así) la pólvora que incendia al mundo y la responsable directa de algunas de las mayores atrocidades que presenciamos.
Son ya miles los muertos en Palestina masacrados por un impune estado israelita que desenmascara la vergonzosa inutilidad de la ONU y que pareciera, en virtud del Holocausto, poseer licencia eterna de impunidad. ¿Las causas del enfrentamiento? Múltiples y confusas. Algunas se diluyen en el tiempo y se confunden con las que esgrime su enemigo, pero todas ellas, cada una de ellas, soportada por la certeza derivada de su Libro Sagrado que los hace acreedores a esas tierras polvorientas. ¿Alguien vio el título de propiedad? ¿Alguien se cuestiona seriamente sobre la autenticidad del libro? ¡No! ¡La fe es suficiente!
¡La fe! ¡Siempre la fe! La fe ciega detrás de los suicidas islámicos, la fe irreflexiva detrás de los colonos israelíes, la imperdonable fe detrás de los fundamentalistas cristianos de todos los tiempos.
Contrario al argumento de los creyentes tan bien presentado por Dostoievski en Los hermanos Karamazov y según el cual es imperativo creer en dios porque “si Dios no existe todo está permitido”, la historia muestra con creces todo lo contrario: es porque dios existe que todo está permitido.
La fe invita a la intolerancia, la fe promueve la segregación, la fe justificó en el pasado y sigue justificando hoy las mayores atrocidades que el ser humano puede concebir. En un reciente artículo el mejicano Jorge Volpi (en referencia a un libro de Christopher Hitchens) lo resume diciendo “(...) dios no sólo no es grande, sino que ha generado más perjuicios que beneficios y ha sido una fuente de opresión, una barrera para el desarrollo, y un eficaz sistema para reprimir la sexualidad y la libertad.”
Escribí una canción que dice “Qué bueno sería arriesgar el pulmón por perseguir aguaceros, ir por la vida sin plan ni jabón y con la fe del balsero”... si la fe del balsero es la de quien está convencido de estar haciendo lo necesario por avanzar hacia una vida mejor, apuesto por esa fe; pero si es la fe de quien espera que Ochún le salve de las olas, abjuro por siempre de ella, y de paso comienzo a pensar en una variación del texto para los shows en vivo.
No Papá. Estabas equivocado. No es deseable que todos tengamos la fe de la mujer en la iglesia.
Lo deseable sería que todos gritáramos como ella, así de fuerte, así de convencidos, pero de espaldas al atrio, mordiéndonos la mano ante la crueldad de la vida, pero liberados de ficciones que nos impidan enfrentarla con la claridad de nuestras mentes y el gozo de nuestros cuerpos.
* Músico y compositor colombiano, adelantó estudios en el Instituto superior de Artes de La Habana en Cuba. Es Médico y Cirujano graduado de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Reside actualmente en Buenos Aires, Argentina. Ha editado cuatro discos. El ateísmo, el hedonismo y el racionalismo son algunas de sus pasiones.