
En 1618 el filósofo y matemático francés René Descartes se trasladó de su pueblo natal La Haye-en -Touraine (Francia) a Holanda. Vivía en una época de persecuciones religiosas y sin embargo, allí se sintió seguro. Las ideas de Descartes fueron revolucionarias y peligrosas para su época: postergó la publicación de su libro “El mundo” al enterarse que Galileo había sido condenado por la Inquisición. Sin embargo, los Países Bajos se convirtieron en un refugio en el que la libertad era el máximo valor deseable. Allí se promovía la diversidad, la inmigración y el intercambio comercial. Esto implica el intercambio de ideas y necesariamente el respeto: “Para algunos, los Países Bajos eran la encarnación de la modernidad (…)”1
Por aquella época comenzaban a circular los primeros periódicos y la libertad de expresión se convirtió en una necesidad defendida por diversos grupos que buscaban cambios en los sistemas políticos para dar mayor participación al pueblo.
Sin embargo, esa actitud abierta, respetuosa y digna representante del pensamiento moderno, pareciera estar llegando a su fin: recientemente la corte de apelaciones ordenó que el político holandés Geert Wilders fuera llevado a juicio por incitar en los medios de comunicación la discriminación contra los musulmanes y sus creencias 2. El incidente fue consecuencia del documental “Fitna”3, producido por el político. En él muestra el crecimiento de la población islámica y las consecuencias que esto puede tener para las libertades de los holandeses y hace énfasis en la relación entre Islam y terrorismo.
La publicación de este documental le trajo a Wilders problemas políticos y amenazas contra su vida, que lo obligan a tener escolta las 24 horas del día. Pero él no es el único.
En noviembre de 2004 el realizador de cine Theo van Gogh fue asesinado por el ciudadano holandés de origen marroquí Mohammed Bouyeri. Su homicidio, que había sido anunciado, fue consecuencia de sus ideas y de la emisión en la televisión holandesa su producción “Submission”4, que muestra de manera descarnada, la violencia contra las mujeres musulmanas respaldada por los versos del Corán. La guionista del documental, Ayaan Hirsi Ali, política somalí exiliada en ese entonces en Holanda, también fue amenazada.
Bouyeri, quien hacía parte de un grupo islamista radical, derribó a Van Gogh de su bicicleta con un disparo, luego le dio 20 más cuando estaba en el suelo, lo apuñaló varias veces y lo degolló. Luego dejó una carta sobre el cadáver dirigida a Hirsi Ali en la que la amenazaba a ella y otros políticos, así como a los gobiernos occidentales, los judíos y los no creyentes en Mahoma. Durante su juicio dijo que lo había hecho en nombre de Alá y que lo volvería a hacer.
Tanto Wilders como Hirsi Ali enfrentan la amenaza de morir de manera similar a Van Gogh por cometer un pseudo crimen: hablar en contra del islam. No han amenazado a nadie, no han matado a nadie, solo han mostrado los horrores a los que puede llegar el verdadero Islam, sustentados en su libro sagrado.
Lo que buscan es abrir los ojos del gobierno para que proteja a las mujeres islámicas que viven en Holanda y que son víctimas de ataques brutales por parte de sus esposos, que protejan a los demás ciudadanos, holandeses e inmigrantes, contra fundamentalistas que se ofenden ante la menor crítica a sus ideas. También defienden la libertad de expresión: la libertad para manifestarse en contra de algo que consideran incorrecto, para luchar, dentro de la ley, contra comportamientos que consideran injustos y continuar viviendo en una sociedad libre, respetuosa de los derechos humanos: la vida en primer lugar, pero también la dignidad y la libertad.
Pero el gobierno holandés parece haber olvidado los valores que le dieron el carácter a su nación y en lugar de proteger la vida de estas personas, han decidido proteger a otras que se vieron ofendidas por sus comentarios, como si una opinión en contra de una idea pudiera herir y matar a alguien.
En la democracia, la libertad de expresión es un derecho inalienable, que incluso fue defendido cuando esta forma de gobierno aún estaba en formación y se crearon los primeros periódicos. Quienes lucharon por vencer los autoritarismos vieron en la libertad de prensa una necesidad fundamental para el fortalecimiento de la democracia a partir de la discusión de las ideas y el debate público. Los revolucionarios tanto en Inglaterra y Francia como en los Países Bajos, encontraron en la prensa instrumentos imprescindibles para discutir “lo público”, y para esto era indispensable la libertad de expresión 5. Nunca hablaron del “derecho a no ser ofendidos” y sus proyectos políticos, que dieron origen al estado democrático moderno, no se construyeron a partir de la mutua alabanza sino de la crítica. Muchas ideas fueron descartadas, pero quienes las tuvieron fueron lo suficientemente sabios para entender que solo a partir de la crítica y el debate es posible construir un gobierno mejor y más sólido, por eso defendieron con tanto ahínco la libertad de expresión.
En lugar de decirles a quienes se sintieron ofendidos: “Una idea no ha matado a nadie, defiendan su credo con argumentos”, el gobierno holandés les ha dicho a los islámicos, “les tenemos tanto miedo, y tenemos tanto miedo a ser llamados racistas que preferimos borrar aquello en lo que hemos creído por siglos para que ustedes no se sientan ofendidos”. Porque es precisamente este uno de los argumentos que han presentado: no quieren ser tildados de racistas por condenar acciones que algunos individuos de una comunidad, basada en las creencias religiosas de toda esa comunidad, ha emprendido contra las libertades fundamentales de todo aquel que “los ofenda”.
No es que las opiniones de Wilders sean racistas, es que son los miembros del islam quienes se refugian en su Libro para golpear a sus mujeres y atacar a quienes ellos llaman “infieles”. Si fueran judíos, cristianos, colombianos o alemanes él igualmente lo haría; su postura no es en contra de las personas por ser de una etnia determinada o por tener un origen nacional diferente, su postura es en contra de sus creencias, que se oponen a todo lo que creemos en Occidente.
La postura del gobierno holandés no debería estar de lado de los fascistas islámicos, debería estar de lado de la libertad y de la democracia. Si los islámicos se sienten ofendidos por una crítica pueden ignorarla. Si la comunidad musulmana en Holanda considera que no todos son como los fundamentalistas, deberían juntar sus voces para criticar los actos de aquéllos y demostrar que su comportamiento es diferente. Una crítica no matado a nadie, por más que duela, un insulto siempre puede ser sorteado, no existe el “derecho a no ser ofendido”. Por el contrario, el derecho a la vida y la libertad de expresión deben ser defendidos con ahínco por cualquiera que se declare demócrata. Ambos son la base sobre la que se cimenta esta forma de gobierno, si renunciamos a defenderlos, dejaría de ser una democracia y las ideas por las que lucharon y murieron los revolucionarios en los siglos XVII y XVIII morirían de igual manera: asesinadas por los autoritarismos.
Referencias
[1] SCHAUBE, Marianne, “Spinoza, o una filosofía política al modo de Galileo” en: CHATELET, Françoise, Historia de la filosofía, Tomo II, Espasa, Madrid, 1984, pág. 154.
[2] http://news.bbc.co.uk/2/hi/europe/7842344.stm
[3] http://www.dailymotion.com/video/x4wwuw_fitna-espanol_news
[4] http://www.youtube.com/watch?v=UrxP1y0NOaM
[5] BRIGGS, Asa y BURKE, Peter, De Gutenberg a Internet: una historia social de los medios de comunicación, Taurus, Madrid, 2002, pág. 113-115.