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Blogs del periódico El Tiempo - Agosto 2 de 2007
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"Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere; entonces lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva; y dirán a los ancianos de la ciudad: Este nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho. Entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá; así quitarás el mal de en medio de ti, y todo Israel oirá, y temerá." (Dt. 21, 18-21) |
Por ejemplo, los sacrificios animales que tanto apreciaba Yahvé por el “agradable” olor del sebo y la sangre quemada (Lv. 3,4-5), se consideran hoy día como un acto de tribus bárbaras precientíficas. Nuestra ética actual entiende que las religiones basadas en un dios que no perdona si no derrama sangre, que no es benévolo si no desquita su ira en una víctima expiatoria, son inmundicias morales de épocas precientíficas. En el occidente moderno, y con razón, una secta que se dedique a degollar carneros para ofrecerlos a sus dioses sanguinarios se vería en serios aprietos con las fuerzas policivas e incontables grupos defensores de animales.
Otro ejemplo es la esclavitud (1). Desde Génesis hasta Apocalipsis, la Biblia no fue capaz de prohibirla (Ex. 21,7. 21,20-21, Dt. 20,10ss). Ni siquiera en la época de San Pablo se critica esta explotación injusta (Ef 6, 5ss. Col 3,22. 1 Tim 6,1ss). Sólo desde la Ilustración, cuando el racionalismo declaró los derechos del hombre y del ciudadano, la sociedad occidental llegó a un punto de inflexión en el cual se comprendió a cabalidad que la opresión del hombre por el hombre era una inmoralidad.
A pesar de que los cristianos esclavistas del siglo XIX siguieron defendiendo su postura con la “Sagrada Escritura”, el espíritu secular de nuestra época se ha encargado de que todos comprendamos que la esclavitud es aborrecible, a pesar de que la “Palabra de Dios” la defienda.
Un caso particularmente enfermizo es la forma como la "Palabra de Dios" manda a asesinar a los hijos desobedientes por lapidación. Cualquiera que hoy día considerara siquiera la validez de estas normas, sería tratado como un psicópata desnaturalizado digno de cadena perpetua.
Similarmente, sólo una persona sicológicamente enferma y que considere a la mujer como una cosa, como una propiedad, rehusaría casarse con una que haya tenido una vida sexual normal y sana como la habitual en nuestra sociedad. Si se siguiera el consejo de la Biblia, el esposo debería apedrearla en la puerta de la casa de su suegro si no la encontrara virgen en la noche de bodas (Dt. 22,13ss). Esta ridícula postura machista y la sexofobia del cristianismo, que sataniza toda forma de afecto físico sexual por fuera de un matrimonio, es tomada en serio por pocas personas hoy día, afortunadamente.
Es un hecho: a medida que la humanidad avanza en materia ética, mandatos tenidos otrora como la palabra definitiva de los dioses, se van descartando como leyes absurdas, injustas, y a veces, verdaderamente ridículas.
En la actualidad estamos en una transición similar. La ciencia ha establecido algunos datos fundamentales sobre nuestra existencia. En primer lugar, la dependencia de nuestra vida mental respecto al funcionamiento del cerebro establece sin margen de duda que no es un espíritu inmortal y eterno lo que anima un cuerpo, sino que nuestra mente es el resultado del funcionamiento del encéfalo (2).
A pesar de lo doloroso que pueda sonar, nuestra vida en la tierra es la única oportunidad que tenemos para desarrollar nuestro potencial antes de pasar a la inexistencia.
La ciencia también ha mostrado el vacío fáctico de las religiones tradicionales, y por esto, los códigos éticos y morales arcaicos basados en una venganza postmortem de la deidad son insostenibles en una sociedad moderna, culta, democrática y civilizada.
Ya que no hay evidencias convincentes de la existencia de dioses que se preocupen por la vida humana, somos nosotros mismos los que tenemos que enfrentar nuestros problemas como seres sociales y los que damos sentido a nuestra existencia. Somos soberanos de nuestra propia vida. Esto nos lleva a la ruptura ética central de esta columna.
La humanidad está comenzando a descubrir que el “Derecho a la Vida” no ni absoluto ni irrenunciable. Hay uno mayor que el derecho a vivir; es el derecho a VIVIR DIGNAMENTE.
No obstante los saboteos a medidas legislativas de creyentes en un “Papá Imaginario” que sería el dueño de la vida del hombre, y a pesar de que el concepto de “dignidad” tiene un fuerte componente subjetivo, hoy día estamos comenzando a comprender que el único con derecho a decidir sobre la propia existencia debe ser la misma persona.
A pesar de individuos que creen que “ofrecer los dolores de un cáncer” por la paz del mundo es una medida encomiable, la realidad objetiva es que “ofrecer sufrimiento como sacrificio” es un dolor en vano. Más aún, los efectos intercesores de la oración han sido refutados una y otra vez por todos los estudios científicos serios que se han planteado ese tema (3).
Ni siquiera se requiere unas investigación científica: desde hace casi dos milenios, cada domingo, en todas las celebraciones litúrgicas se ofrecen oraciones por la paz del mundo. No hay que ser un premio Nóbel para ver que las escuelas de desmembramiento de campesinos instauradas por los paramilitares (4), el genocidio atroz contra los inocentes iraquíes perpetrado por Estados Unidos y respaldado por uno que otro dirigente latinoamericano falto de ética, la detonación de dos bombas atómicas sobre población civil, y los crímenes de lesa humanidad de nuestra historia reciente, demuestran que los dos mil años de oraciones y sacrificios cristianos por la paz del mundo han sido inútiles.
La realidad es que el supuesto “valor espiritual” del “misterio del sufrimiento humano” es una farsa teológica y una atrocidad ética. El sufrimiento debe ser combatido y ese ha sido el fin de la tecnología en todos los campos desde que el hombre existe (medicina, ingeniería, economía, etc.). Gracias a ella se han encontrado terapias que curan la enfermedad o hacen tolerables los síntomas; métodos de cultivo que intentan acabar con la hambruna; sistemas de distribución de energía, acueducto y saneamiento que hacen más fácil nuestra vida diaria y evitan pandemias.
Infortunadamente, hay condiciones que en la actualidad se escapan del alcance humano. Puesto que nuestra vida es finita, estas condiciones hacen cuestionable su prolongación:
-Enfermedades incurables que producen dolor intolerable, como el cáncer. -Afecciones cerebrales degenerativas que disuelven gradualmente a la persona, como el Mal de Alzheimer. -Traumatismos que paralizan y generan dependencia absoluta de terceros, como en la tetraplejia. |
El derecho a una eutanasia activa en estos casos no sólo no es inmoral sino que es la opción más ética, más humana y más compasiva posible. Esta debería estar consagrada en la constitución de todos los países dignos de llamarse civilizados.
Sólo por la cosmovisión mágica de elementos retardatarios de la sociedad, que encuentran un “valor inestimable” en el “sufrimiento humano”, aún se sostienen leyes que penalizan a quienes ayudan a morir dignamente a una persona que haya solicitado libremente la eutanasia (5).
Esta legislación es absurda e inmoral. Hacer sufrir a alguien por un motivo que no tiene la más mínima validez, incluso a personas que no comparten esa visión mítica del mundo, y obligar a aguantarse una existencia como vegetal porque “es la Voluntad de Dios”, es un estribillo que cada vez convence a menos ingenuos.
La compasión y la solidaridad debe movernos a tratar a los enfermos terminales de manera especial, con una diligencia absoluta por sus necesidades y preferencias, para hacer su final de vida lo más satisfactorio posible. Pero si la decisión del enfermo es no vivir más, obligarlo a mantener su situación penosa por la absurda razón de que “esto nos une a la consciencia de la humanidad” y “asocia al enfermo a la obra redentora de Cristo sufriente” (6), o porque “Dios da la muerte y da la vida” (7), es una actitud sádica, enferma, injusta e inmoral, indigna de una civilización compasiva.
En pocos años, la prohibición de la eutanasia activa será percibida por la sociedad con el mismo repudio con el que actualmente miramos el sacrificio animal, el asesinato de hijos desobedientes, la quema de brujas, la esclavitud, la lapidación de muchachas activas sexualmente, la satanización de la sexualidad, y demás prejuicios y atrocidades religiosas ya superadas.
Notas
[1] Para ahondar en el tema de la esclavitud en la Biblia, consultar:
http://www.escepticoscolombia.org/detalleContenido.php?id=articulo_apesarReligion
[2]. Para profundizar en los descubrimientos neurológicos que desmontan la creencia en el alma, leer:
http://www.escepticoscolombia.org/detalleContenido.php?id=articulo_almaNeurologia
[3]. El último estudio al respecto mostró que, estadísticamente, tienen más posibilidades de sufrir complicaciones en una operación cardíaca los pacientes por los que se ora, que aquéllos a por los cuales no se ofrecen plegarias. Ver:
http://www.hno.harvard.edu/gazette/2006/04.06/05-prayer.html
[4]. Para hacerse una idea de la inutilidad de la oración por la paz, ver:
http://www.partidoliberal.org.co/root/index.php?option=com_content&task=view&id=1053&Itemid=16
Resulta incomprensible que esta noticia de El Tiempo, que conmocionó a Colombia, no se encuentre archivada en sus servidores. ¿Cuál será la razón?
[5]. A estos individuos que obligan a los sufrientes a seguir en su agonía, se les podría recomendar la película “Mar adentro”, de Alejandro Amenábar.
[6]. Estas razones insostenibles, entre otras, se encuentran en la encíclica Evangelium Vitae de Juan Pablo II. Ver: http://www.vatican.va/edocs/ESL0080/__PO.HTM
[7]. Es asombrosa la desfachatez vaticana al criticar como inmoral la eutanasia citando Dt 32,39, sabiendo que ese mismo texto manda a asesinar a los hijos desobedientes (Dt. 21,18ss) y a las muchachas que no sangran en su primera relación sexual (Dt. 22,13ss). La doble moral del clero pareciera no tener límites.