Cuando Copérnico estableció su modelo heliocéntrico del sistema solar inició una reacción en cadena que desmontó a la humanidad del centro del Universo y que trastornó todos los campos del conocimiento en los siglos venideros. En su época, nuestro mundo era el centro de la creación alrededor del cual el reino celestial giraba incansablemente como un mecanismo de relojería impulsado por la Divinidad.
El postular que no era la Tierra sino el Sol el centro alrededor del cual se movían los astros fue rechazado vehementemente por el establecimiento religioso, hasta el punto en que el padre de la ciencia moderna, Galileo, fue obligado a retractarse de que la Tierra orbitaba el sol, y fue condenado a prisión domiciliaria por promover esta verdad contraria a la fe de ese entonces.
En los años 70 y 80 del siglo pasado, los textos de astronomía aún mantenían esta postura antropocentrista de forma suavizada, preguntándose si habría planetas alrededor de otras estrellas, o si nuestro Sol sería especial por albergar planetas, y en especial, planetas aptos para la vida.
El público amante de la ciencia (entre los que me contaba) veía como obvio que las estrellas tuvieran planetas, una idea postulada por Giordano Bruno en el siglo XVI, y que le costó la vida en la hoguera de la Inquisición. En particular, para el autor de estas líneas resultaba increíble el nivel de escepticismo que llevaría a preguntarse si habría planetas fuera de nuestro sistema.
Estamos en una era fascinante. La respuesta no se hizo esperar; por medio de interferometría óptica, por técnicas de ocultación, e incluso hasta por observación directa con telescopios en tierra y en órbita, la ciencia ha encontrado una cantidad enorme de planetas extrasolares que a la hora de escribir estas líneas cuenta 778. Por las limitaciones en las técnicas hemos encontrado principalmente gigantes gaseosos (como Júpiter) muy cercanos a las estrellas aunque el número de planetas un poco mayores que la tierra (supertierras) está aumentando y eventualmente comenzaremos a hallar los análogos extrasolares de nuestro planeta.
Para comparar, también se muestran Júpiter, Neptuno y la Tierra.
"RE" en el diagrama significa tama;o relativo a la Tierra.
RE = Radio del planeta en radios Terrestres.
(Crédito: NASA/Kepler Mission/Wendy Stenzel)
Si extrapolamos este promedio absurdamente conservador al resto del Cosmos, nos encontraremos con una cifra abrumadora de posibles planetas en el universo: un número en el orden de 100.000 trillones (un uno seguido de 23 ceros).
Las conclusiones para nuestro lugar en el universo, y para entender los procesos que dieron origen a la vida son abrumadoras. En un universo así de grande, la vida, aunque fuera un accidente extremadamente improbable para un planeta, sería prácticamente inevitable en la totalidad del universo. Y si como las últimas teorías de abiogénesis sugieren, la vida surgió por un proceso simple y común en los entornos prebióticos de planetas con vulcanismo, entonces el Universo debe bullir en vida de todo tipo.
Todo científico actual debería haber aprendido la lección de los últimos 400 años: apostar al copernicanismo. Entre dos opciones, una de las cuales resalta nuestra "importancia" o "singularidad", y otra apunta a lo contrario, apueste a la última. Y si me permiten aventurar una apuesta, basándome en lo anterior, suponiendo que nuestro sistema solar no es especial, sino muy común, voy a que el promedio de planetas en las estrellas del Universo, en general, no será de 1.6 sino de unos 9 o 10. Veremos si la posteridad avala mi corazonada.
Crédito de la imagen superior: NASA/JPL-Caltech/T. Pyle