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Blogs del periódico El Tiempo - Diciembre 6 de 2007
"El truco más grandioso que ha ideado el Diablo fue convencer al mundo de que no existe" Charles Baudelaire |
Aunque la credulidad infantil tiene valor adaptativo también se caracteriza por su profunda irracionalidad. Un niño pequeño no se cuestiona por qué el Coco va a estar metido en su armario, ni cómo llegó allí. Tampoco considera la alta improbabilidad de que el Coco esté en cada uno de los hogares con niños pequeños del planeta simultáneamente, esperando para ver cuáles no se duermen para llevárselos. Tampoco piensa cómo podría llevarse y almacenar simultáneamente el buen porcentaje de críos que no son capaces de dormirse inmediatamente, ni cómo hace para zampárselos al mismo tiempo... ¿no le dará indigestión? ¿cómo es que no sale nada de ello en las noticias?
¿Y si el Coco no es ubicuo, por qué preocuparse si hay decenas de millones de casas en el planeta? ¿Cuál es la verdadera posibilidad de que me lleve el Coco si hay tantas casas en las que el Coco pueda estar ocupado espiando? ¿Cómo hace el Coco para escoger una casa entre tantas? ¿Cómo hace para meterse en el armario... se teletransporta? ¿Por qué necesita usar un saco? ¿Por qué nadie ve al Coco agazapado bajo las ventanas? ... El niño pequeño no piensa; simplemente, cree a ciegas cuanta tontería le digan sus padres. Su vida depende de ello... ¿Que tal si duda, y resulta que viene el Coco y se lo come?
La credulidad infantil instintiva en monstruos irracionales no termina en la niñez. Esta puede marcar la vida adulta de forma irreversible. Considere por ejemplo, la creencia en el Diablo. Justo en la etapa más temprana de nuestra infancia, en el momento en que somos más sugestionables, se nos hizo creer en este monstruo, ridículamente malvado, que lo único que busca es nuestra condenación eterna.
Algunas interpretaciones cristianas actuales, muy influenciadas por los apócrifos intertestamentarios como el libro de Henoc, caracterizan al Diablo como un ángel increíblemente inteligente, extraordinariamente hermoso, que ante su belleza y magnificencia, olvidó que un ser finito no puede enfrentarse a otro infinitamente poderoso, y decidió rebelarse contra su creador: una decisión inconmensurablemente más estúpida que plantarse en una línea férrea con la palma de la mano apuntando hacia el tren de alta velocidad que se nos acerca a 375 km/h, confiados en que podremos detener al tren con la fuerza de nuestro brazo.
Este ángel fue tan idiota que no pudo realizar correctamente una comparación de fuerza tan simple, que hasta la hiena más zarrapastrosa de la sabana africana realiza cotidianamente: evaluar el tamaño del león que se acerca y ver que es más prudente rehuir el enfrentamiento. ¿Quién pudiera creer que un ser incapaz de esta comparación es realmente inteligente? Según esta interpretación cristiana, se nos quiere hacer creer que este ángel cretino, devenido en “Satanás”, más imbécil e idiota que una hiena, es dizque el gran peligro para la vida espiritual de la humanidad.
Es que la mentalidad creyente no puede darse el lujo de dudar. Tiene que creer acríticamente que un ser tan idiota como para enfrentarse a otro infinitamente poderoso, es realmente “inteligente” y peligrosísimo para nosotros.
Aparentemente, el cretinismo angélico no fue propiedad exclusiva de “Luzbel” ya que éste pudo encontrar un grupo numeroso de ángeles rebeldes que lo secundaron. Esta caterva de seres espirituales supuestamente “inteligentes” terminaron conformando las huestes infernales. Parece que su inteligencia finita era tan ridículamente exigua, que también se creyeron capaces de oponerse a la Omnipotencia y la Omnisciencia Absolutas.
El creyente no debe pensar; debe aceptar a ciegas todo lo que se le dice, no importa cuan patentemente absurdo es que un ser todopoderoso y perfecto haya creado ángeles tan anonadantemente imbéciles, tan cretinos, que no son capaces de entender algo tan patente, que lo comprende hasta un niño de 3 años: que ningún ser finito se puede enfrentar a un ser todopoderoso con esperanzas de vencer. No queda otra conclusión: al parecer, a la Divinidad le encantaba crear ángeles idiotas, proclives a una subversión cantinflesca.
Pero, ¿por qué se rebeló el mítico ángel imbécil? Se nos dice que por envidia. Al parecer, para los seres espirituales, lo non plus ultra es ser adorado; supuestamente es algo interesantísimo. Estos entes espirituales no encuentran nada más apasionante y maravilloso que tener a millones de congéneres suyos arrodillados como borregos repitiendo “salve, salve, salve” o “gloria, gloria, gloria”, por toda la eternidad. Al parecer, lo más edificante espiritualmente es darle rienda suelta a la egomanía lo más posible. Ese debe ser el opio de los espíritus.
¿Que nosotros como personas pensantes encontremos infinitamente tonto, aburridor y soporífero el ser adorados por incontables espíritus durante toda la eternidad? ... sí, pero el creyente no se puede permitir este tipo de dudas. Si los pastores dicen que ser adulados, que recibir “cepillo” infinitamente, es lo más maravilloso a lo que puede aspirar un ser espiritual, tiene que creerse esto. No sea que de pronto se concluya que el mayor atributo del ser que anhela esto es una autoegolatría y una pedancia infinita.
Por supuesto, estos seres espirituales inicuos no sólo se rebelaron por envidia de la deseada (?) adoración divina; también se nos dice que terminaron aborreciendo al hombre por envidia: envidiaban la especial deferencia de Dios hacia la humanidad. Hemos de creer que estos seres angélicos inmortales, supuestamente inteligentes, tremendamente poderosos, casi ubicuos, sentían envidia del “amor” que derrochaba Yahvé para con nosotros, que se manifestó en situaciones como que:
-Nos hiciera limitados material e intelectualmente
-La primera pareja humana fuera creada tan idiota que ignorara la diferencia entre bien y del mal
-Los descendientes de esta primera pareja fueran condenados a morir por algo que no hicieron
-Que toda la humanidad (incluso los niños de pecho) fuera ahogada por un diluvio por ser dizque “muy malos”
-Que se aniquilara étnicamente a decenas de miles de moradores de una supuesta “tierra prometida” a punta de espada.
-etc
Si. Estos ángeles tremendamente inteligentes consideraron que aparte del ser adorados, también era envidiable el ser limitados, el no tener intelecto angélico, el no poder volar ni teletransportarse, y el ser carne de cañón de Yahvé. Ellos querían ser amados de esta forma particular, y sintieron envidia de nosotros... viles mortales. ¡Oh, es que eran tan inteligentes!
No es bueno dejar florecer dudas y comenzar a acariciar la idea de que eran un poco masoquistas al anhelar las sádicas muestras de cariño de Yahvé para con la humanidad... tanto que veían su propia potencia, inteligencia y cuasiubicuidad como un insulto a su dignidad angélica. No. Mejor no pensar. Mejor no pensar que envidiar a la humanidad y envidiar al mismo tiempo la condición divina es una contradicción tan estúpida como anhelar la riqueza infinita y la pobreza infinita al mismo tiempo.
Pero basta de enfocarnos en los ángeles y pensemos por un instante en la Divinidad. ¿Cuál fue la decisión de Yahvé una vez se le corrompieron sus ángeles cretinos? ¿Reencausarlos? ¿Reinsertarlos a la vida celestial? ¿Encerrarlos? ¿Aniquilarlos? ... No. Al parecer, lo mejor que se le ocurrió, fue dejarlos libres para que fueran a la creación a tentar a la humanidad. También consideró prudente el dejarlos ir y venir a su antojo por sus dominios celestiales, tal como hizo con “Satán” antes de tentar a Job.
Es que todo el mundo sabe que cuando un ángel revoltoso e imbécil se revela contra un dios infinitamente sabio, lo mejor que puede hacer éste, es dejar que destruya su creación y cause la muerte y sufrimiento de millones de sus hijos amados a lo largo de su historia, para probar el punto de que los ángeles cretinos estaban equivocados. Tanto nos ama Dios que no sólo no destruyó a Satán, sino que le permitió todo esto. ¡Alabado sea Dios!
Afortunadamente, el Dios todopoderoso tuvo un plan para defendernos del Demonio. Es simple: bastó mostrarnos cuán amoroso era, crucificando a su propio hijo, para que los que crean que su sangre derramada nos limpia nuestros pecados, sean “salvos”, y se vayan al cielo por toda la eternidad a recitar “salve, salve, salve”, para siempre. Es que todo el mundo sabe que la dicha más maravillosa a la que puede aspirar un ser humano, por encima del nacimiento de sus hijos, de recibir el cariño y ternura de su pareja, de sus logros intelectuales, o de la satisfacción al ayudar a alguien necesitado, es irse a un sitio nebuloso por toda la eternidad a darle lisonjas eternas a un ser espiritual tan maravilloso, que necesita que lo estén adulando eternamente.
Por supuesto, antes de esto habrá una batalla escatológica cuyos pasos, de acuerdo con la absurda doctrina fundamentalista evangélica, están predeterminados en el libro de Daniel, en los evangelios sinópticos, y en el Apocalipsis. Estos pasos, como sabe todo ángel rebelde inteligente que se respete, serán seguidos a pie juntillas por Satanás, para ir como borrego al matadero, a su destrucción definitiva.
Es que todos saben que cuando un rebelde recibe los planes de su destrucción en un libro sagrado, lo mejor que puede hacer es seguir a rajatabla el derrotero, para dejarse destruir. Esto, de nuevo, según la doctrina de los cristianos fundamentalistas, que interpretan el Apocalipsis no como una carta de aliento a los cristianos perseguidos del siglo primero bajo Tito y Vespaciano, sino como el plan futuro de la humanidad, en la cual se vencerá a Satanás, según un esquema que el mismísimo ángel idiota seguirá puntualmente.
Pero el creyente no puede pensar. No debe razonar que si Satán decidiera no hacer nada nuevo, y no siguiera ninguno de los pasos que el Apocalipsis le adjudica, entonces todas esas profecías de Dios serían falsas, y el mismísimo Ángel Caído, con su libre albedrío y su inacción, habría hecho de Yahvé un mentiroso. Mejor no pensar que está en poder de Satanás el echar por tierra la revelación de la Biblia. Bastaría que nunca marcara a sus seguidores con la señal de la Bestia; bastaría que no enviara nunca su anticristo, para que el Plan divino establecido en el libro de Revelación, nunca se llevara a cabo y terminara siendo un fiasco divino.
No. Mejor no pensar. Mejor creer que el ser más peligroso para la humanidad, tan peligroso e "inteligente” que hizo caer a la Creación “Buena” de Dios, será tan estúpido que seguirá sus pasos de derrota establecidos en el Apocalipsis. Si, el diablo seguirá ese derrotero de forma totalmente voluntaria para ser vencido. No lo duden...
Las creencias religiosas sobre el diablo se caracterizan por su irracionalidad. Un creyente no se preocupa por pensar, sino que cree a pie juntillas lo que le dicen sus pastores. Su vida eterna depende de ello. Es una extrapolación de nuestro instinto de supervivencia y la creencia en la autoridad. El programa mental que de niños nos hace crédulos ante nuestros padres, para garantizarnos nuestra supervivencia a la edad adulta, nos hace socialmente crédulos ante los chamanes, brujos, sacerdotes y otras figuras de autoridad, que son la sublimación de la imagen de nuestros padres. Esto a su vez, garantiza la supervivencia de las instituciones religiosas que utilizan este instinto de credulidad. Y perpetúa en nuestros hijos, y en los hijos de nuestros hijos, centenares de leyendas ridículas que no han tenido más mérito para su permanencia que haber sido instiladas abusivamente por los papás en el cerebro de sus hijos en su más tierna infancia, cuando no eran capaces de razonar.
Pero mejor... no piense, no dude. No importa que prácticamente cada afirmación sobre el diablo sea tan ridícula, tan incoherente, tan absurda, tan contradictoria, y tan risible, que resulte insultante para cualquier persona racional... ¿Qué tal si de pronto es verdad, y viene el Coco y nos lleva a la condenación eterna?